domingo, 10 de julio de 2011

LA MASACRE DE WOUNDED KNEE



El jefe Big Foot yace muerto en la nieve

1890 se presenta para Estados Unidos como un año de frenético crecimiento. En 1889, justo un siglo después de que George Washington gobernara, el republicano Benjamin Harrison accedió a la Casa Blanca. Uno de sus primeros mandatos fue el de abrir el territorio indio de Oklahoma a la colonización, suprimiendo así todos los tratados con las tribus que garantizaban la propiedad perpetua de la tierra. Empieza así la «carrera hacia el oeste» un verdadero saqueo legal de los últimos reductos indios, el cual traerá rápidamente indigencia y pobreza a los todavía supervivientes de las guerras sufridas durante los últimos treinta años. Desanimados, enfermos y despojados de todo, los indios norteamericanos no son más que la sombra de si mismos, un puñado de andrajosos hambrientos obligados a mendigar la rancia comida distribuida por las agencias del Indian Bureau. Solo en raras ocasiones, alguna voz caritativa se levanta en su defensa, pero América lanzada de lleno en la carrera hacia el desarrollo, no tiene tiempo ni ganas para escucharla. El ferrocarril atraviesa ya todo el territorio nacional, la economía está en plena expansión, nacen con asombrosa rapidez, nuevas empresas y empiezan a aparecer los primeros modelos de coches. La renta del americano medio va aumentando constantemente y dentro de esta euforia de fin de siglo, los indios no representan mas que una molestia; a lo sumo una especie de relato histórico que la joven América solo quiere dejar tras de sí.
Sin embargo, en 1890, desgraciado año para los sioux, el problema indio vuelve a tomar relevancia. Es la Ghost Dance o Danza de los Espíritus, la desesperada protesta «mesiánica» que promete la resurrección de los muertos y el triunfo final sobre el hombre blanco, produciendo inquietud en los colonos que continúan viviendo en contacto con los nativos. Les asusta ese convulsivo orgullo, esas tremendas ganas de revancha que vislumbran en los ritos y en las danzas. Pronto aquel miedo se convertirá en psicosis colectiva ante la violenta revuelta y pronto se propagará sobre todo en los estados del medio oeste, donde se encuentran la mayoría de las reservas. Llegan a Washington voces de una inminente insurrección y el gobierno federal decide actuar.
Con la miopía y la rigidez que siempre ha caracterizado la acción gubernamental hacia los indios, se da la orden de capturar a Toro Sentado, en la creencia de que el viejo y carismático cabeza de los sioux pudiera ser uno de los Jefes de la Danza de los Espíritus. En realidad Toro Sentado no tiene ningún cargo relevante en el milenario movimiento inicia do por Wo vo ka, pero de todos modos se decide igualmente proceder contra él para demostrar la firmeza de la respuesta del gobierno.
Es el 15 de diciembre de 1890. De madrugada los agentes de la policía india de Fort Yates irrumpen en la habitación del gran jefe y golpeándole indiscriminádamente le obligan a abandonar su estancia. Los guerreros más fieles, indignados por el trato recibido por Toro Sentado, intentan liberarle. Surge el enfrentamiento. Algunos proyectiles alcanzan la espalda del gran jefe matándole en el acto. Más tarde, con Caballo Loco, asesinado a traición y enterrado con el mismo desprecio con el que se da sepultura al peor de los criminales, se pierde a otro de los grandes protagonistas de la victoria de Little Big Horn.
La noticia se propaga en las cercanas reservas de Standing Rock y Pine Ridge, con la rapidez del rayo, provocando en los indios una extraña mezcla de cólera y miedo. La tensión va aumentando día a día. Disturbios y luchas aisladas causan la muerte de varias personas. Sin dilación, llegan divisiones del ejercito a las fronteras de la reserva, con órdenes confusas, Washington duda del posicionamiento ante la situación. La muerte de Toro Sentado ha sido como una repentina tormenta que ha roto el ya precario equilibrio en las comunidades nativas.
Algunos jefes plantean volver a coger las armas en contra de los blancos, otros prefieren dialogar directamente con el ejército para evitar que la situación degenere en tragedia. Otros temen la acción militar.
Entre estos últimos está Big Foot, pacífico defensor de la convivencia con los blancos, jefe de una pequeña comunidad Hunkpapa. Ante el peligro de que el ejercito les detenga, Big Foot organiza la salida hacia la reserva de Pine Ridge para quedar bajo la protección de Nube Roja.
El 25 de diciembre, los 250 miembros de la banda de Big Foot empiezan el recorrido de 840 km que separan su campamento de la reserva. Hace frío y un viento helado tortura a los sioux que, el 28 de diciembre llegan agotados a los limites de Pine Ridge. Son rápidamente descubiertos por una unidad de caballería. Les obligan a parase y acampar en un lugar previamente determinado para asegurar su control, los indios obedecen.
La mañana del 29 el campamento se despierta rodeado por unidades del 7º regimiento. Al mando esta el coronel Foryth, un arrogante y obcecado oficial, digno sucesor del coronel Custer (el anterior jefe). De pronto los soldados invaden los tepees para buscar las armas, obligando a los indios a que les entreguen todos sus fusiles. A pesar de que las órdenes son cumplidas, los militares, pareciendo no haberse quedado satisfechos, ofenden a los ancianos, insultan a las mujeres y realizan cacheos abusivos, procediendo sin contemplaciones. La rabia de los indios es palpable y es justo una respuesta a estas provocaciones lo que andan buscando los soldados y sobre todo su jefe
EL ECO DE UN DISPARO EN EL AIRE FRÍO DE AQUELLA MAÑANA FUE LA CHISPA QUE DIO COMIENZO A LA TRAGEDIA
Como por una señal convenida, los soldados apoyados también por la artillería colocada previamente en la colina, empiezan a disparar a discreción sobre los indios. Es una masacre: cogidos por sorpresa, los sioux no tienen tiempo ni armas para reaccionar. Los fusiles y las granadas no perdonan a nadie. Bajo el grito de «acordaos de Custer» y «venganza al 7º » los soldados masacran a todos los que estan a tiro. Mujeres y niños son degollados mientras los pocos guerreros intentan reaccionar con la fuerza de la desesperación. Pero todo resulta inútil, los soldados están como locos y solamente dejarán de disparar cuando no quede ni uno solo en pie. Entre las nieves rojas de sangre, quedan los cuerpos destrozados de 200 indios (jamás se sabra el numero exacto) y 29 soldados , la mayoría muertos por los disparos de sus propios compañeros.
Los cadáveres de los sioux quedan abandonados en la nieve. Serán fotografiados solo algunos días más tarde. Su imagen quedará como el trágico emblema de la Nación Lakota.
Los heridos, mas de cincuenta, fueron amontonados en la pequeña iglesia episcopal de Pine Ridge. Hacía solo 4 días que había pasado la navidad y sobre el púlpito seguía colocada la frase:
«PAZ EN LA TIERRA A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD»

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